El texto es la unidad comunicativa con sentido completo. Nos comunicamos a
partir de textos: orales o escritos. Cuando realizamos el acto de comunicarnos,
siempre lo hacemos con el objeto de obtener algo, de ahí la intención
comunicativa que vertebrará los elementos del texto, en función de las
necesidades del autor para obtener un óptimo resultado a lo que pretende.
Si, por ejemplo, la intención del autor es informar acerca de algo, el tipo
de texto escogido será el periodístico, el cual, a su vez, condicionará
los diferentes recursos que se empleen a la hora de comunicar. De este modo, el
tipo de texto determinará la modalidad textual empleada
(narración, descripción, diálogo, exposición, argumentación) en aras de
conseguir que se establezca una comunicación idónea. Un autor puede querer
informar acerca de una realidad de un modo objetivo, por lo que la modalidad
pertinente será la narrativa. Si, por el contrario, el autor es más partidario
de informar dando su opinión, elaborará un discurso en el que pueden
entremezclarse la exposición y la argumentación, con el propósito de
fundamentar aquello de lo que habla, darse a entender correctamente y, de paso,
tratar de empatizar con el receptor.
La organización de los contenidos del texto determina la modalidad textual.
La utilización de unos recursos u otros vienen siempre justificados por la
intención comunicativa. Es decir, al autor lo que le preocupa es enlazar con
éxito el texto con su contexto, con el receptor (adecuación), de
ahí que decida qué elementos emplear para llevar a cabo su discurso de un modo
eficaz. Para ello, adecuará el texto a un registro idóneo para el receptor.
Tanto las funciones del lenguaje empleadas (expresiva, apelativa, representativa,
fática, poética y metalingüística), como las modalidades del discurso
(enunciativa, interrogativa, exclamativa, exhortativa, dubitativa,
desiderativa) serán claves para hacer avanzar el texto de un modo fiable para
el autor.
El texto se estructura en párrafos, de manera ordenada, para conseguir un
sentido global. Esto es a lo que llamamos coherencia. Para ello,
el autor se vale de diferentes recursos en función de la complejidad del texto:
estructura lineal, deductiva, inductiva o circular (también llamada
encuadrada). La progresión temática es uno de los elementos clave en la
evolución del texto. Se entiende como tema la información de la
que dispone el receptor (aportada por el emisor y que suponen la continuidad
del texto) y como rema los datos nuevos que van
añadiéndose a medida que avanza el discurso. Tanto uno como otro van
evolucionando mientras progresa el texto.
Los recursos de los cuales se sirve el emisor para otorgar coherencia al
texto son aquellos que hacen posible la cohesión. Es imposible
disociar ambas propiedades. Una complementa a la otra. Tanto es así, que
algunos estudiosos de la lengua denominan a la cohesión "coherencia
interna". Un texto bien elaborado, que atiende a una correcta competencia
comunicativa, recurre a una serie de elementos que enlazan las diferentes
partes del discurso, tales como la recurrencia (fónica, léxica,
semántica, morfológica y sintáctica); la sustitución (proformas,
adverbios deícticos, hipónimos, etc). Cuando la referencia es interna al texto
(es decir, que no pretende ubicar el texto en un contexto), encontramos la deixis
interna (anáfora y la catáfora). Cuando la referencia es externa al
texto, encontramos la deixis externa cuya función es
ubicar el texto en un lugar o tiempo determinados (aquí, ahora, en 1850, mañana,
etc.) La elipsis y los conectores
supraoracionales completan el
proceso de cohesión, pero también, claro está, de coherencia.
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